Sonó el despertador. Estaba
cansadísima, ya que eran las cinco de la mañana. Pero de repente me acordé de
la razón de que ese día tuviera que ser alegre. Hoy era el día, el día en que
mi mejor amiga, Sophie, y yo íbamos a Londres, de vacaciones a casa de una de
nuestras mejores amigas. Ella vivía ahí con sus tíos desde hacía un año, a
causa del terrible fallecimiento de sus padres. Se llamaba María y hacía mucho tiempo que no
sabíamos nada de ella, pero durante ese verano íbamos a aprovechar el tiempo
perdido.
Me duché, me peiné y después me
vestí. Me puse un vestido blanco de tirantes con unas sandalias marrones, me
dejé el pelo suelto, dejando ver mis rizos castaños, y, antes de bajar a
desayunar, me maquillé un poco. Me comí unas tostadas con mermelada y un buen
café con leche, cuando de repente sonó el timbre. Debía de ser ella.
- Carla, amor, soy yo. ¡Ábreme!-
dijo chillando desde la calle.
- ¡Ahora voy! Y no chilles tanto
que vas a despertar a los vecinos- dije riéndome al abrir la puerta.
Se tiró encima de mí, dándome un
fuerte abrazo y sin parar de repetir que nos íbamos a Londres, lo emocionada
que estaba. Ya eran las seis, y nuestro tren salía a las siete de la estación
de Manchester. Cerré definitivamente mi maleta y, por último, guardé lo
principal en mi bolso. Cogí el iPod, el móvil, el monedero y el disco de One
Direction, ya que de aquí a una semana había una firma de discos, ¡y mañana un
concierto de nuestros amados ídolos! Desde hacía un año estábamos esperando ese
día con ansia. Eran tan perfectos, sexys, atractivos... y, además, ¡cantaban
tan bien! Eran todo lo que cualquier chica desearía tener como novio, pero
claro, ellos eran tan extraordinariamente perfectos…, y nosotras unas chicas
que vivían en Manchester, soñando casarnos con ellos algún día (cosa que era un
poco difícil, más bien imposible).
Ya estábamos preparadas para
marcharnos. Sophie, como siempre preciosa, con ese pelo moreno y sus ojos
azules, con su moderna americana y unos pitillos que le marcaban bien sus
piernas. Era una chica muy alta y delgada, digna de admirar.
Me llamó mi hermano diciéndome
que ya nos marchábamos. Mike, de dos años mayor que yo, o sea dieciocho, ya
podía conducir, por lo que fue el que nos llevó a la estación, además de que él
también se venía a Londres. Mike iba a trabajar. Quería ser director de cine, y
le habían dado una oportunidad en el Apollo de Londres. Pero él, en lugar de
venir con nosotras a casa de María, se iría a un hotel, cerca del centro.
Subimos al tren, Sophie y yo nos
dormimos escuchando Moments, una canción que ninguna directioner se podía
perder. Así pasamos las horas, durmiendo o haciendo el tonto, todo lo contrario
a mi hermano, que se puso a ligar con una chica que tenía a su lado. Ya
estábamos a punto de llegar, así que cogimos nuestras cosas y nos preparamos
para bajar.
- Tía, que ha llegado el día, ¡no
me lo puedo creer! Serán las mejores vacaciones de mi vida, veremos a María, a
One Direction, iremos a su concierto y, con un poco de suerte, conoceremos a
algún que otro chico guapo, ¿no?-dije a carcajadas.
- Eso ni lo dudes, loca, estos
meses serán dignos de recordar- me dijo con una gran sonrisa en la boca.
- ¡Mike!- le dije a gritos a mi
hermano. Él se giró y me hizo mala cara-. Vamos, deja de ligar y prepárate para
bajar- se puso rojo y se despidió de la chica, que nos miraba con atención.
Ya habíamos llegado, bajamos del
tren y, después de comer algo, mi hermano nos acercó a casa de María. Nos
despedimos con un gran beso.
- Carla, acuérdate de llamarme de
vez en cuando, que ya sabes que mamá dijo que te vigilara. No hagáis nada de lo
que os podáis arrepentir, ¿de acuerdo? Os quiero chicas- nos dijo desde el
coche, despidiéndose con la mano.
- Tranquilo, ya sabes que somos
buenas chicas. No te preocupes, que te iré llamando. ¡Adiós!- me di la vuelta y
me fijé en cómo Sophie seguía despidiéndose, un poco ruborizada.
- Souf, no seguirás enamorada de
él, ¿verdad?-le dije, frunciendo el ceño.
- ¿¡Qué!? No, no, tranquila, que
en mi corazón sólo cabe Zayn- me guiñó el ojo, y ese gesto fue seguido por
muchas carcajadas-. Pero sigue estando igual de bueno- dijo con picardía.
- No te pases, ¡que es mi
hermano!- ambas nos empezamos a reír sin poder parar.
Nos acercamos a la entrada y
llamamos al timbre. Llevábamos llamando cinco minutos cuando decidimos
llamarla. No contestaba, ni ella ni sus tíos. Nos empezamos a estresar mucho.
Nos sentamos, apoyadas en la puerta, y empezamos a pensar qué debíamos hacer.
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